Cuando nos diagnostican una enfermedad crónica para la que no hay un
tratamiento curativo, sino sólo tratamientos paliativos (que ayudan a
tratar los síntomas que presentamos), las personas que nos quieren y
viven a nuestro alrededor se afanan en buscar y aconsejarnos múltiples
terapias alternativas que le funcionaron muy bien al vecino del 4º o a
la prima de la cuñada de un compañero de trabajo…
En mi caso que sólo creo y practico la medicina científica, lo tengo
muy claro: sólo he de intentar no hacer daño a esas personas que me
quieren cuando me niego a probarlas, pero: ¿Qué pasa cuando como médico
hemos de dar nuestra opinión?
En estos momentos conviven juntas la medicina científica con otras
alternativas o pseudociencias: homeopatía, fitoterapia, flores de Bach,
sofrología, método del “Dr. Fulanito” y un largo etc…, estableciéndose
conflictos éticos entre las personas que las practican (algunos de ellos
médicos) y nosotros.
Medicina científica es la que acepta el método científico como único
mecanismo posible, tanto para establecer la etiología de una enfermedad
como para validar los procedimientos diagnósticos y terapéuticos. Así de
fácil.
El método científico se basa en modelos probabilísticos con los que
se pueden establecer asociaciones entre los factores de riesgo y la
aparición de la enfermedad o entre el tratamiento y la remisión de la
enfermedad.
Se realizan ensayos clínicos a doble ciego que consisten en utilizar
un grupo control de pacientes a los que se le administrará una sustancia
o un método sin ninguna actividad terapéutica (un placebo), y otro
grupo experimental al que se le administrará la sustancia o el método
del que queremos probar su eficacia.
Para influir menos en el resultado final, ni el médico investigador
ni los pacientes sabrán a qué grupo están tratando o a qué grupo
pertenecen. Posteriormente una tercera persona analizará los resultados.
Este método se usa para prevenir que los resultados no dependan del
efecto placebo o del interés del que quiere utilizar o “vender” el nuevo
producto o método en estudio.
Simplemente tienen que demostrar que la sustancia o el método
estudiado tiene más efecto que el que se obtiene con el placebo y ya
está…¿a que es fácil?
Los resultados obtenidos se publican en revistas científicas para que
puedan ser refutados o confirmados por cualquier otra persona, ya que
se ha de poder conseguir siempre el mismo resultado aún practicado en
diferentes lugares y por diferentes personas.
La mayoría de los procedimientos que usa la medicina alternativa (por
no decir todos) no están validados, mientras que la gran mayoría (por
no decir todos) de los usados en la medicina científica si lo están.
Los defensores de la medicina alternativa afirman que no existe esta
separación y que lo que ellos practican también está basado en el método
científico, pero generalmente es pura charlatanería.
Cuando se han hecho ensayos clínicos para demostrar la utilidad
terapéutica de este tipo de disciplinas alternativas, los resultados han
sido abrumadoramente negativos.
Los médicos que practicamos la medicina científica sabemos que los
tratamientos que proponen estas pseudociencias no han sido validados,
por ello lo razonable sería aconsejar a los pacientes que no acudieran a
ellas, pero también conocemos el efecto placebo y su importancia en la
mejoría de ciertas patologías, con lo que entramos en conflicto entre
aconsejar o no este tipo de medicinas.
Entramos entonces en conflicto con nosotros mismos, que podrían
resolverse aplicando unos principios bioéticos (se pueden usar los de
Belmont) que tengan en cuenta:
• Autonomía: Los pacientes que acuden a las medicinas alternativas
sólo pueden tener autonomía si están bien informados de los efectos que
estos tratamientos producen, incluyendo el hecho de que no están
validados científicamente y el que en algunas ocasiones por no dar un
tratamiento ortodoxo se puede estar poniendo en peligro a la persona.
• Beneficiencia: Como médicos estamos obligados a no aplicar
tratamientos que no produzcan un verdadero beneficio terapéutico. En
estas circunstancias deberíamos advertir a nuestros pacientes de los
peligros que puede conllevar para su salud acudir a este tipo de
medicinas:
Consentimiento Informado.
• No maleficiencia: En la medicina científica nos basamos en el
“Primum non nocere” (lo primero es no hacer daño); todos los productos
farmacológicos presentan además de los efectos beneficiosos otros que no
lo son y que llamamos efectos secundarios. En las medicinas
alternativas no sucede lo mismo ya que la mayoría de ellas son inocuas,
no tienen ni efectos beneficiosos ni efectos secundarios (por suerte
para todos). En determinados casos puede ser aconsejable indicar alguna
de estas terapias por la importancia del efecto placebo que tienen.
• Justicia: El Sistema Nacional de Salud no cubre estos tratamientos,
lo que puede suponer una discriminación para muchos pacientes.
En la actualidad el principio más importante de los nombrados es el de la autonomía del paciente.
No os preguntáis, si es tan fácil comprobar si un tratamiento
funciona o no, ¿por qué los que practican este tipo de medicinas no
están dispuestos a realizarlos?
Puede que en el fondo sepan que lo único que están haciendo es ayudar a la gente con el maravilloso efecto placebo…
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