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No paran de bombardearnos con nuevas aplicaciones, pulseritas, relojes
inteligentes y otros mil adminículos que prometen salud pero nos llenan
de ruido, pitidos, alarmas y vibraciones. La moda de medir cada paso,
cada latido cardiaco y cada movimiento está pegando fuerte. No bastaba
con que nuestro móvil nos fiscalizase la posición y nuestros
desplazamientos, que las redes sociales grabaran cada una de nuestras
conversaciones y el reportaje gráfico de nuestras vidas, que cargaramos
con cientos de aplicaciones que no usamos para nada. Ahora hay que tener
un aparato más para estar a la moda, hay que comprarse un reloj
inteligente, una pulsera, unas gafas de Google y no sé cuantas cosas más
para conectarlas a su vez al móvil y permitir que éste nos siga
retransmitiendo a internet donde alguno se hará de oro traficando con
nuestros datos y entretelas, en este caso sanitarias.
¿Nos daremos cuenta de que nos estamos dejando llevar por un huracán
hipocondriaco? ¿Qué aportan realmente estos aparatos y programas a la
salud? ¿Alguien se ha molestado en medirlo y estudiarlo? ¿Hay evidencia científica que recomiende su uso? ¿Cuáles son los efectos indeseables de esta sobredosificación tecnológica?
No sé a ustedes pero a mí me está empezando a poner de mal humor. Sobre
todo porque mientras una tecnología, la que sea, no demuestra con rigor
su utilidad para mejorar la salud hay que andarse con piés de plomo tal y
como sabemos después de haber caminado mucho tiempo muy cerca de la
industria farmacéutica donde se han conseguido grandes aciertos y
cometido grandes errores. Hablamos de salud, la prudencia debe ser siempre uno de los valores principales.
Toda sobredosis trae problemas, no hace falta ser médico para saberlo. Me
temo que estamos siendo un poco irresponsables al admitir, sin ningún
tipo de crítica, esta invasión de tecnología que permite una explotación
de nuestros datos más personales en beneficio de un big data cuyo
beneficio social está por demostrar. No se crean que sus datos están
a salvo y que no podrán identificarlos por estar sin su nombre. El
rastro informativo que cada uno dejamos en internet es fácil de seguir. Todo lo que internet capta de nosotros queda registrado y es utilizado por los que tienen medios para ello. Siempre hay alguien que tiene esos medios.
Por otro lado la hiperpreocupación por lo que ha caminado, por las
calorías, el peso, la frecuencia cardiaca o la tensión arterial no sirve
para mucho según nos lleva diciendo la experiencia atendiendo a
pacientes, tanto en mi consulta personal como en las investigaciones
biomédicas de la comunidad científica. La monitorización de constantes
vitales está indicada en el seguimiento de ciertos casos muy
determinados, pero no para la generalidad de los ciudadanos interesados
en sus enfermedades.
Es posible promocionar la salud y generar conductas saludables con
intervenciones de baja tecnología y bajo gasto. No hace falta comprarse
un reloj de 400 euros para monitorizar los pasos y los latidos, basta
con rescatar el placer de bailar o pasear, comer ricas ensaladas o
apagar un pocó más la televisión. Estas aplicaciones y aparatos podrán
estimular en algunos casos y mejorar la adherencia en otros pero su
utilidad vendrá determinada por una buena prescripción. No valdrán para
todos. En medicina lo más complicado es individualizar los tratamientos y
recomendaciones a cada paciente, tengan por seguro que no hay dos
iguales.
Muchos están apostando grandes sumas al número a la ruleta que dice que
la tecnología revolucionará la salud. Yo creo que no lo hará a base de
comprarnos nuevos aparatos y llenarnos de procesos que compliquen
nuestra vida más de lo que ya está.
La verdadera revolución para conseguir una salud más plena pasa por una mayor toma de conciencia y un menor ruido de fondo.
No se fíen de los vendedores de humo, antaño anunciaban pócimas
milagrosas de ciudada en ciudad, hoy preciosos gadgets de precio elevado
desde el glamour de conferencias retransmitidas a cientos de países.
Recuerden que la salud es algo que nos viene de serie. Tan solo
hay que atreverse a mirarse despacio y aprender a conocerse un poco más
tal y como decian aquellos viejos sabios griegos.
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