El Día de los Enamorados o de San Valentín que actualmente se celebra
en nuestras sociedades occidentales, comenzó a festejarse a finales del
siglo XIX en el mundo anglosajón y ha llegado hasta nuestros días. El
día 14 de febrero se difunden mensajes sobre los beneficios del amor
romántico desde los centros comerciales y de ocio, la televisión, la
prensa, la radio y desde los puntos más inimaginables de nuestros
ordenadores y las redes sociales. La literatura, el cine, la poesía, la
música y los medios de comunicación refuerzan la idea de que la manera
más privilegiada y satisfactoria de ser feliz, es la pareja. Pero no en
una pareja cualquiera, sino en aquella que entiende el amor como una
fusión. Aunque ha habido cambios de mentalidades en las últimas décadas,
sigue teniendo mucha fuerza el ideal de “pareja heterosexual, con hijos
y para toda la vida”. En nuestra sociedad persisten muchos mitos sobre
el amor y la pareja. Algunos de ellos son muy conocidos como los que
muestran muchas películas de dibujos animados donde las princesas se
casan con los príncipes azules que han acudido a salvarlas, como
transmiten algunas melodías que cantan “sin ti no soy nada”, “te quiero
más que a mi vida” y “mátame de pena, pero quiéreme” o, como dictan
algunos refranes como “el amor mueve montañas”, “el amor todo lo puede” o
“el amor es ciego”. Éstas son algunas de las ideas que construyen la
idea del amor fusión. Éste por un lado, refuerza la idea de que es
necesario o imprescindible tener pareja para ser feliz. En él nos
fundimos con la otra persona, dejamos de ser dos para convertirnos en
uno, porque nuestra pareja es la persona que nos complementa, nuestra
media naranja, nuestra alma gemela. Se corre el riesgo de concebir al
otro como una propiedad, porque formamos parte el uno del otro como dice
el estribillo “toda de arriba abajo, toda entera y tuya, toda aunque mi
vida corra peligro”. Por otro lado, éste justifica ideas como “en el
amor todo vale” o “si nos queremos, qué más da todo lo demás”. Crea la
falsa idea de una relación en constante armonía y reciprocidad. Además,
inspira el pensamiento de que ese amor dura para siempre y, por lo tanto
hay que asumir que por amor hay que aguantar y, como dice el dicho
“quien bien te quiere te hará sufrir”.
Todos estos mensajes dejan poco espacio para la reflexión sobre cómo
queremos que sean nuestras relaciones personales en general, y las de
pareja en particular. Provocan malestar y frustración a muchas personas
que no quieren o no pueden encontrar ese tipo de amor. Y lo peor de todo
es que pueden llegar a justificar relaciones de control, de abuso e
incluso de malos tratos. Estas ideas favorecen que idealicemos las
relaciones de pareja y la idea del romanticismo. Y es que este amor
entendido como una fusión estimula que nos enamoremos del amor y de la
idea de tener pareja por encima de todo, incluso de otros criterios y
valores que en otros ámbitos de nuestra vida consideramos fundamentales.
Se corre el riesgo de que dejen de ser importantes otros amores y otras
relaciones como la familia o las amistades. Potencia el aislamiento en
la relación de pareja. Dificulta que percibamos con realismo
determinados hechos y los justifiquemos por amor. Como por ejemplo, que
tu pareja te controle porque siente celos por cómo te vistes, con quién
sales o cuánto tardas en responderle un mensaje de WhatsApp. Facilita
que olvidemos que los celos no son un índice del amor que sienten por
ti, sino que más bien resaltan el deseo de tener a la otra persona como
posesión y, una muestra de inseguridad. También se pueden llegar a
justificar cosas muy negativas por amor, para mantener la pareja por
encima de todo, aunque nos haga infelices o nos haga daño. Estas
fantasías fomentan el inmovilismo y el conformismo de algunas parejas
que llevan años manteniendo relaciones insatisfactorias o destructivas.
Tenemos que apostar por una educación formal y consciente
sentimental, en la que se aprenda y se reflexione sobre las emociones y
las relaciones, al igual que aprendemos sobre otros materias. Es
importante que podamos desarrollar una capacidad crítica sobre las
concepciones del amor mencionadas para poder ser más conscientes del
tipo de relaciones que queremos construir. Donde el amor sea muy
importante, pero donde también haya límites. Porque aunque el amor puede
ser una fuente de felicidad en nuestras vidas, no es exclusivo de la
pareja y no siempre puede con todo. Donde la calidad de la relación sea
más importante que el tener o no pareja. Donde aceptemos la existencia
de conflictos que puedan surgir en su seno, como en cualquier relación.
Asumiendo que hay que abordarlos y aprender a gestionarlos de la manera
más constructiva posible pero, estableciendo los límites de lo
inaceptable. Donde siga habiendo espacios para otras relaciones
personales y para uno mismo. En la que tengamos la libertad de elegir
con quién queremos estar independientemente de su género y su identidad
sexual. En la que no haya unas normas rígidas y preconcebidas, sino que
pueda ser un espacio en construcción en el que ambas partes de la pareja
tengan condiciones de igualdad y libertad para elegir cómo quieren que
sea esa relación. Donde cada parte de la pareja no desaparezca. Porque
una pareja son tres partes: una persona, otra persona y la relación. No
somos medias naranjas, somos naranjas bien enteras.
Irmina Saldaña Alonso
Médica de Familia y Salud Comunitaria de Atención Primaria en Madrid.
Miembro del Grupo de Trabajo de la Mujer de la Somamfyc y del Colectivo
Por los Buenos Tratos de la ONG acciónenred Madrid
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